El día amaneció despejado, apetecía mucho ir a nuestra última visita, Asakusa, que es la parte más tradicional de Tokyo, con un templo y una pagoda muy chulos; también es el sitio por excelencia para coger regalitos para la familia cuando uno va a la capital. Lo que en la habitación parecía despejado, resultó ser un sol de justicia y un calor que llegaba a ser un poco agobiante si le sumamos los cienes y cienes de personas guiris y no guiris que había visitando el templo (normal, era sábado). La calle que va hacia el templo está decorada y abarrotada de puestos de souvenires en los que te puedes encontrar de todo, desde furin (campanillas de cristal o metal que suenan con el viento), máscaras de noh, kimonos, straps, espadas…..la lista es interminable; yo de buena gana me hubiera llevado una máscara de tengu (hombre cuervo de la mitología japonesa).

Al acercarte los puestos de regalos dejaban paso, cómo no, a los de comida, con pinchos varios (pollo, calamares), okonomiyakis no tan buenos como los de Osaka, chocobananas y mil cosas más.


Como hemos tenido esta suerte tan maja y tan guay en el viaje, en lugar del templo, nos encontramos una lona enorme que lo cubría porque estaban reparando el tejado y las obras durarían hasta noviembre de 2010, pero nos dió igual, dimos un paseo por los jardines que había al lado y entramos a echar un vistazo al templo, aunque estaba petado de turistas haciendo fotos con flash y japoneses que iban a rezar o a intentarlo.


Como el hambre azuzaba, nos volvimos a Akiba, no sin antes hacerle una foto al “edificio de la caca”, que realmente es de la marca de cerveza Asahi, pero todo el mundo lo llama así:

A comer fuimos al sitio donde nos cenamos esa semana el plato combinado con hamburguesaca, al lado del McDonalds, porque Iker nos había dicho que el katsudon que hacían estaba muy bueno. Y tenía razón, menudo plataco.

Unos amigos acababan de llegar a Tokyo después de estar una semana viendo Kyoto, y les fuimos a recoger al metro para enseñarle tiendecillas y de paso hacer las últimas compras. Ellos lo fliparon y los dejamos sueltos unas horas para que disfrutaran hasta la cena, mientras curioseabamos en tiendas de videojuegos y figuras. Una lástima que ya no hubiera dinero. Antes de la última cena, tocaba hacer tetris con las maletas, y por poco no nos cabe todo, pero preferimos ir holgados (si, por todos los dioses, o mi espalda moriría con los 6 Kg de la mochila) y comprar una maletita para el equipaje de mano.
Después de POR FIN terminar las compras fuimos todos juntos a cenar a una tasca japonesa en la que nos comimos un sashimi de atún que se deshacía en la boca y unos platos de ternera con salsa también buenísimos. Y de postre, un crepe del Crazy Crep de al lado de Don Quijote, de chocolate y almendras, ¡cómo los voy a echar de menos!

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