Los que seguís mis andanzas peliculeras por blog tal vez os acordéis de aquella primera entrada en la que hablaba de esta misma película. Mi opinión en esos años estaba fundamentada en oídas de conocidos e imágenes en programas de cine; no fuí capaz de verla porque como buena purista shakespiriana el ver a un negro con rastas y una pipa hablando en verso y con teatralidad me aberré mucho. Sin embargo, visto que Baz Luhrmann después ha dirigido dos películas que me gustaron bastante, cuando llegaron dos amigos míos con la superedición en Blu-Ray para verla no pude negarme.
No voy a negar que me sigue chocando que los Montesco y los Capuleto sean mafiosos de aspecto barriobajero y gatillo fácil, pero realmente la esencia de la obra se mantiene, que en el fondo es lo importante. La historia de amor de dos jóvenes de familias rivales que con sus muertes hacen ver lo inútil de su lucha y la desgracia que estaban llevando a todos, llevado a un mundo moderno, debía encuadrarse dentro del mundo de la mafia, ya que en los tiempos que corren son los únicos que siguen blandiendo el honor y la sangre como estandarte en sus venganzas. Los cabezas de familia mantienen las formas frente al público mientras sus vástagos y familiares derraman la sangre del enemigo en cualquier lugar.
Leonardo diCaprio no me gustaba nada entonces, puede que porque se había convertido en ídolo de las nenas y nunca he comulgado con eso de seguir a la masa enfervorecida; más bien yo me iba corriendo en dirección contraria. Pero con los años este actor ha dejado de ser un niño eterno y se ha ganado mi respeto con películas como Infiltrados, El Aviador, Shutter Island u Origen. Echando la vista atrás hacia Romeo y Julieta, el chaval actúa muy bien, acorde con el enamorado y torturado Romeo, que no puede amar a su Julieta sin pasar por encima de su familia, loco tras descubrir el amor por abandonar la violencia, vivir tranquilo con su amada y puede que reconciliar a las dos familias, ¿por qué no?
Del resto del reparto (con actorazos) tengo que destacar al enorme John Leguizamo y su estiloso y torero Tibaldo, y a un Harold Perrineau desatado interpretando al siempre carismático Mercuccio. El primero es un actorazo de esos que animan cualquier película mediocre en la que actúen, condenado a ser siempre un secundario carismático y con talento poco aprovechado. Aquí construye un personaje realmente teatral en sus movimientos y su forma de actuar, con un aire de rebelde sesentero a lo John Travolta en Grease mezclado con mariachi mejicano. Perrineau, nuestro Michael en la serie Perdidos, ha sido mi sorpresa, el negro con rastas que recita pipa en mano. Un poco locaza quizá (debido en parte a su disfraz en parte de sus intervenciones), pero siempre cachondo y amigo de Romeo.
En resumen, la peli no está mal. Será recordada por ser posiblemente la adaptación más rara de una obra de Shakespeare, pero la esencia de esta historia universal permanece, como ya he dicho, y aunque lo escribas con letras doradas, el mensaje no cambia: el amor puede ser la mayor bendición o la más terrible de las maldiciones.